6/17/2014

materia gruesa

Ni la punta de un pelo ni una gota de lluvia ¿Qué le ha sucedido a mi cuerpo? Las manos que se dirigen directamente hacia las zonas más sensibles sin pasar por las otras ¿Desdén de mi cuerpo normado, atrapado, en el sentir que me enseñaron como máximo, como prohibido, como histérico? El resto de mi cuerpo se derrite de amor, me pide a gritos que lo acaricie. La obsesión por lo peludo es el tacto aumentado. Lo peludo es esa promesa del calor, del tacto. La felpa, lo peludo sintético, es mi madre, la matriz de una ausencia profunda. ¿Por qué no puedo ser de felpa? ¿Producir calor hacia ninguna parte más que a mis tripas? ¿Donde está mi cuerpo? ¿Donde esta mi cuerpo-existir? La única violencia es la ceguera táctil hacia el cuerpo asexuado. Lo sexual es una consecuencia, no una causa. La percepción es una consecuencia, no una causa. ¿Es necesario buscar la fuerza motora que impulsa todos los pliegues? ¿Son las tortugas apiladas unas sobre otras hasta el infinito? ¿Es Dios, la sabiduría lógica? No me importa. La resonancia de pliegues, de continuidades cortadas por nuestras propias representaciones, aquellos ecos en el tiempo, es donde habito mi presente. Los pliegues no terminan en el adiós; al contrario, se despliegan con la confusión y el trauma; el trauma, el silencio, el olvido, todas las operaciones de algo que no encaja, no calza. Es el cuerpo descorporizandose, transmutándose. La lógica, la percepción, es esa guillotina que imponemos ante esa materia gruesa, que nos grita desde su asexuación, desde su conocimiento propio y otro, otro del de que nos enseñaron, otro que quiere quedar atrás, otro del que la tecnocracia del sexo que nos ha impuesto con sus manos frías, inmóviles, profilácticas; esa promesa falsa de una profunda liberación orgásmica. ¿Por qué no puedo tocarme sin pensar en sexo? ¿Tan hondo ha calado el auto-castigo, el boicot, judeocristiano contra el cuerpo-masita-sensible entero? Como si tocar fuera un pecado, como si ser querendón fuera un pecado. Esa organicidad enferma llamada culpa tiene la culpa: no es la culpa de hacer algo, sino entregarse al loop de torturarse sin hacer nada, evitando, mirarando al lado y caminar sin mutar, conteniendo, sin agarrarse de las tripas y desplegarlas ante la vida. Las tripas, aquella inorganicidad que nos habla desde nuestras fisuras, nos pide en silencio cambiar de piel: siempre va quedando apretada, pequeña. Cambiar de piel y mirarse la carne, tocarla, quererla. Eso es filosofía, es amor: no anestesia.

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